Había una vez un Rey de una importante comarca
Que se sentía muy decepcionado porque el sultán de
la comarca vecina le había regalado una hermosa águila
y apesar de todo el poder que tenía el rey, no podía lograr
que la hermosa ave pudiera volar.
Ya había probado casi todo, la había criado con mucho
esmero y cuidado para que no le faltara nada, su alimentación
fue de lo mejor y estaba siempre al abrigo por las noches de toda
tempestad. En verdad era la envidia de todas las aves de
rapiña que había en el palacio. A ella siempre se le veía
espléndida descansando sobre una rama.
Día y noche en el mismo lugar. A pesar de todo, ésta hermosa
Águila crecida desde pequeña no podía volar. El Rey llamo
a los mejores adiestradores que con singulares pruebas
hacían lo imposible para que el águila volara. Una y otra vez
todo intento siempre terminaba en frustración.
Y así día tras día fueron pasando los adiestradores,
y las esperanzas del Rey comenzaron a decaer. Un día,
cansado ya de contratar a los mejores adiestradores sin
obtener ningún resultado, hizo un anuncio a todo el pueblo
ofreciendo una recompensa a aquel que pudiera hacer que su
Magnifica ave volara. A la mañana siguiente se levanto y cual
habrá sido su sorpresa al encontrar que su flamante águila
finalmente estaba volando. Intrigado, quiso saber quien había
sido el autor de semejante milagro. Así que hizo traer a la persona
que había logrado lo que ni los mejores adiestradores habían podido.
Cuando llego esta persona el Rey quedo por un momento
sorprendido ya que era un simple campesino, que no parecía tener
de extraordinario. Intrigado, el rey le pregunto como había hecho
para lograr que su águila volara, a lo que el campesino le respondió:
yo simplemente le corte la rama.
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